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El 21 de agosto, el Parlamento Centroamericano – organismo regional regional que representa a Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, la República Dominicana y Panamá – votó a favor de expulsar a Taiwán como observador permanente y sustituirlo por la República Popular China (RPC).

El puerto de contenedores y la ciudad de Montevideo, Uruguay, el 15 de junio de 2023. Uruguay ha buscado recientemente un acuerdo comercial con China. (Sarah Pabst/The New York Times)
El puerto de contenedores y la ciudad de Montevideo, Uruguay, el 15 de junio de 2023. Uruguay ha buscado recientemente un acuerdo comercial con China. (Sarah Pabst/The New York Times)

La decisión se produce en medio de una creciente tendencia de los países de la región de cortar sus relaciones diplomáticas con Taiwán en favor de China. Solo en los últimos cinco años, cinco países de América Central y el Caribe han hecho el cambio: Panamá en 2017, República Dominicana y El Salvador en 2018, Nicaragua en 2021 y Honduras el pasado mes de marzo.

Sólo quedan 13 países que reconocen la condición de Estado de Taiwán, siete de los cuales se encuentran en América Latina y el Caribe. El deseo de China entablar relaciones con estos siete países y aislar aún más a Taiwán puede explicar, en parte, la agenda de inversión y cooperación económica de la RPC en la región. A pesar de los actuales problemas económicos de China, algunos analistas argumentan que es probable que la RPC siga financiando proyectos de infraestructura en el extranjero para reforzar su industria de la construcción, que atraviesa dificultades, dada la saturación del mercado chino.

Los países de América Latina ya han reforzado sus relaciones económicas con China, entendiendo el crecimiento económico de Beijing como una oportunidad para incrementar el comercio y las inversiones en sectores clave como la infraestructura, las comunicaciones y la logística.

Pero esta dinámica regional se produce en un período de mayor competencia geopolítica entre Estados Unidos y China, en el que los avances diplomáticos y económicos de la RPC en América Latina se perciben como una amenaza potencial para los intereses estadounidenses en la región. Algunos políticos y analistas temen también que las fuerzas armadas de Beijing puedan estar ocultando instalaciones de doble uso detrás de muchos proyectos de infraestructura financiados por China, lo que permitiría la proyección del poder militar chino en la región y agravaría una relación entre Estados Unidos y China ya marcada por la desconfianza y la animosidad.

Gestionar la relación entre Estados Unidos y China es el reto diplomático del siglo. En el caso de América Latina, la forma en que se resuelva este desafío podría ser la diferencia entre una región frágil y propensa al conflicto, dividida por la ideología y la polarización, y un hemisferio económicamente desarrollado, socialmente próspero y en paz.

Estados Unidos se encuentra en una posición única y privilegiada para asociarse con sus vecinos latinoamericanos en pro de este objetivo de prosperidad y paz centrándose en sus ventajas comparativas, sobre todo en diplomacia y cultura. Este tipo de alianzas pueden contribuir al fortalecimiento de las instituciones democráticas locales, la cohesión social y mitigar los posibles efectos negativos de las prácticas económicas chinas, aprovechando al mismo tiempo los desarrollos en infraestructura de Beijing en beneficio socioeconómico de toda la región.

El auge de la infraestructura China: autopistas, puertos y estadios

Varios países de la región, ávidos de inversiones en infraestructura, energía y financiación de la deuda, han encontrado un socio dispuesto y capaz en China, cuyos grandes bolsillos han sido accesibles sin distinción de régimen político o la ideología. Los gobiernos latinoamericanos, tanto de izquierda como de derecha, ven en el impresionante desarrollo de la infraestructura y el auge económico de China un modelo para sus propios países, así como una forma de consolidar y reforzar sus relaciones con la RPC. Los resultados han sido asombrosos: En los últimos 20 años, el comercio entre China y América Latina ha crecido una impresionante tasa de 2,600%. China es ahora el principal socio comercial de Sudamérica y el segundo de Centroamérica.

Para los países latinoamericanos que ya reconocían a la RPC por encima de Taiwán, esas relaciones comerciales han evolucionado hacia una agenda cultural y de desarrollo, con 21 países de la región que ahora forman parte de la Iniciativa de la Franja Económica de la Ruta de la Seda.

Para las naciones que aún reconocen a Taiwán, el discurso de China incluye ambiciosos proyectos de infraestructura y agendas de cooperación que no sólo pretende que cambien de bando, sino que también sirven para atraer a otros países en una especie de efecto dominó. Por ejemplo, la decisión de El Salvador de reconocer a la RPC fue respondida con un ambicioso y multimillonario plan de infraestructura (que, sin embargo, se ha estancado en los últimos años).

Sin embargo, las inversiones chinas, que a primera vista parecen positivas en términos netos, también han proporcionado un salvavidas a regímenes autoritarios como Venezuela, que han utilizado esas fuentes alternativas de ingresos para contrarrestar las sanciones y mantener su fuerte control en el poder. Mientras que las instituciones financieras occidentales, como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, utilizan sus inversiones como canal tanto para desarrollar las economías locales como para reforzar el Estado de derecho, el flujo de capital de instituciones bancarias chinas o de instrumentos financieros alternativos como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras o el Nuevo Banco de Desarrollo han hecho poco por tener en cuenta el historial de derechos humanos de los receptores o por mejorar la transparencia de sus socios locales. En Perú y Bolivia, las gigantes inversiones en infraestructuras portuarias y mineras han sido objeto de duras críticas por parte de las comunidades locales debido a sus abrumadores efectos negativos sobre los tejidos sociales y los ecosistemas locales. 

El poder de las conexiones hemisféricas

A pesar de la creciente influencia económica de China en la región durante los últimos 20 años, Estados Unidos sigue y seguirá siendo el socio más importante para América Latina como resultado de más de 200 años de historia, cultura e interdependencia económica compartidas. Si bien es cierto que la posición de China como socio comercial está aumentando, los vínculos económicos globales entre Estados Unidos y América Latina superan con creces a cualquier otro actor en términos de inversión privada y remesas. Esto incluso sin tener en cuenta las vibrantes relaciones culturales que han surgido de las relaciones familiares y de amistad transfronterizas y que han creado una identidad casi transnacional en el hemisferio.

América Latina es también una región en la que, a pesar de las recientes tendencias preocupantes en algunos países, el apoyo a la democracia y al Estado de Derecho como sistema preferido de gobierno es elevado. Además, Estados Unidos sigue siendo percibido como el socio más fiable para la región en comparación con China, una percepción que ha ido en aumento desde 2020. Además, los países de la región han encontrado en Estados Unidos un socio de seguridad inigualable, con Colombia y Brasil como algunos de los aliados estratégicos más importantes del mundo en materia de lucha contra el narcotráfico y estabilidad hemisférica.

El futuro de la política exterior EE.UU. – China en América Latina

La competencia estratégica con China en América Latina debe analizarse a través de diferentes lentes para comprender mejor la situación y ofrecer respuestas más eficaces. La relación entre cualquier tipo actores no es sólo económica, sino también política, histórica, geográfica, social y cultural. Es específicamente en los ámbitos cultural, histórico y social donde Estados Unidos no sólo tiene una ventaja, sino un virtual dominio sobre China, lo que brinda la oportunidad de alejar la competencia y el discurso de enfoques excesivamente securitizados y politizados que seguramente encontrarán resistencia en América Latina y serán explotados por rivales que pueden hacer referencia al "imperialismo" y al "colonialismo".

Renfocar la competencia hacia las ventajas competitivos de Estados Unidos requiere también un cambio de paradigma, pasando de entender América Latina como un "problema a resolver" a una oportunidad para construir un futuro común.

Un futuro deseable para Estados Unidos y la región podría ser una red de infraestructura de calidad construida con inversiones chinas en la que las empresas locales y estadounidenses puedan prosperar, y en la que las crecientes economías locales proporcionen la plataforma para unas instituciones democráticas fuertes y unas sociedades incluyentes en las que las personas no tengan que abandonar sus países de origen para alcanzar sus cumplir sus sueños.

Estas instituciones fuertes, incluyentes y transparentes servirán como mecanismo de control a cualquier efecto negativo de las inversiones chinas al garantizar una aplicación estricta de la ley, la protección de los datos de los ciudadanos y la protección de la soberanía de América Latina. En otras palabras, Estados Unidos no puede proteger a los países latinoamericanos de las percibidas amenazas chinas. Por el contrario, Estados Unidos debe ser un socio que le ayude a los países de la región desarrollar sus propias capacidades para navegar en los mares agitados que se avecinan.

Estados Unidos tendría el papel clave en el fomento de esas democracias fuertes e incluyentes aprovechando sus ventajas competitivas mediante la inserción de las economías locales en cadenas de producción regionales especializadas (nearshoring); fortaleciendo los lazos sociales no sólo con los gobiernos nacionales, sino también entre ciudades y comunidades (diplomacia pública); y acompañando a los líderes latinoamericanos en la defensa de sus recursos naturales, ecosistemas, instituciones democráticas y soberanía (alianzas regionales).

Este enfoque también deberá reconocer la capacidad de acción y la autonomía de América Latina en un orden mundial cambiante. Una estrategia para contrarrestar a la RPC que se centre principalmente en imponer costes a los adversarios y negarles el acceso a mercados o comunidades correrá el riesgo de alienar a los países de la región y empujarlos al abrazo de China y otros rivales.

Más de dos siglos de historia compartida entre Estados Unidos y América Latina llevan inevitablemente a un futuro compartido. La oportunidad de este sistema internacional actual en flujo consiste entonces en garantizar que ese futuro compartido sea un futuro de respeto mutuo, prosperidad y paz.

Alberto Mejía fue comandante general de las Fuerzas Armadas de Colombia.


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