Más allá de la Cumbre de las Américas: Reiniciando la política exterior estadounidense en América Latina
Washington debería reformular su política regional para reflejar las realidades y prioridades políticas actuales. Aquí hay tres maneras de empezar
A pesar de los esfuerzos de la administración Biden para esbozar una visión nueva y positiva para el compromiso con América Latina y el Caribe, es probable que entren en juego viejos puntos de quiebre en la próxima Cumbre de las Américas, que comienza en Los Ángeles el 6 de junio. Tanto la política interna de los Estados Unidos, como los gobiernos del hemisferio con una visión más escéptica de Washington y sus intenciones contribuyen a estas tensiones. Se requiere una nueva perspectiva estadounidense - una que tenga más en cuenta la diversidad, las prioridades y la complejidad política de la región. Sin tal cambio, es probable que la percepción y la realidad del declive de la influencia de los EE. UU. solo se profundicen.
La cumbre regional trianual está en problemas. Los jefes de estado de México, Brasil, muchos países del Caribe y otras naciones han amenazado con boicotear el evento, en gran parte, pero no solo, por la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Si bien la relajación de las sanciones a Cuba y Venezuela es bienvenida en la región, se considera un esfuerzo tardío para responder a la preocupación por su exclusión. Ya sea que se materialice o no un boicot generalizado de la Cumbre, las tensiones en las relaciones regionales de EE. UU. se habrán expuesto de manera poco halagadora.
Los observadores y analistas también señalan preocupaciones a más largo plazo sobre la política de los EE. UU. en la región, incluido el declive de la influencia estadounidense y su interés sobre la región; crecientes lazos regionales con China; el fracaso de mantener en línea a la Nicaragua de Ortega, la Venezuela de Maduro y Cuba; la “ambivalencia hacia la democracia” y la tendencia de la “marea rosa” en las elecciones latinoamericanas.
La administración Biden está respondiendo. El Secretario de Estado, Antony Blinken, presentó un ambicioso conjunto de objetivos en un discurso del 3 de mayo ante el Consejo de las Américas centrado en el “crecimiento con equidad”. El subsecretario para la región, Brian Nichols, ha mencionado llegar a acuerdos sobre “transición hacia energías limpias, un futuro verde y la transformación digital”. La primera dama Jill Biden visitó Ecuador el 19 de mayo y habló sobre “lograr un futuro equitativo y sostenible, construir salud y resiliencia ante pandemias y fortalecer el gobierno democrático” en la región. No se debe descartar la importancia del hecho que naciones afines trabajen con Washington. La cumbre aún puede salvarse.
Sin embargo, a pesar de las promesas de una agenda más amplia, temas como la migración irregular, el “nearshoring” y el estado de la democracia regional pueden dominar la Cumbre y es probable que se perciban como prioridades establecidas por Washington. La mayoría de los gobiernos de América Latina y el Caribe están concentrados en cambio en las medidas post-pandémicas para reiniciar sus economías y abordar los problemas creados por el lento crecimiento, la desigualdad y la fragmentación política. Es poco probable que la Cumbre de Los Ángeles resuelva estas diferencias. Sin embargo, las incertidumbres que rodean a la Cumbre son una llamada de atención para Estados Unidos. Al igual que el último período de redefinición seria de nuestras relaciones hemisféricas al final de la Guerra Fría en 1989, cuando Washington forjó lazos más estrechos con un hemisferio recientemente democrático, la relación entre Estados Unidos y América Latina en el futuro debe evolucionar.
Es tiempo de un cambio
Comentaristas como Eric Farnsworth, Brian Winter, Patrick Duddy, Christopher Sabatini, Daniel Runde, Todd Chapman, Ryan Berg y el Diálogo Interamericano, han resaltado la seriedad del momento para las relaciones hemisféricas. También han hecho recomendaciones sobre cómo la Cumbre aún podría establecer un nuevo rumbo y enfocarse en las prioridades regionales. Esto último incluiría un mayor enfoque cooperativo en el crecimiento económico, la transformación digital, la inversión en educación y servicios de salud, la construcción de la sociedad civil, la lucha contra el cambio climático, la negociación de nuevos acuerdos comerciales y la lucha contra las desigualdades.
Sin embargo, dada la crisis en Ucrania, las presiones internas en los Estados Unidos y las tensiones económicas mundiales, será un desafío cumplir con esta escala de ambición. Un buen resultado también podría ser una visión y una agenda acordadas para la cooperación regional en los próximos años.
Sin embargo, construir esa visión con compromisos políticos sustantivos requerirá un cambio en la forma en que Estados Unidos ve y trata con el hemisferio. Aquí hay tres formas en que Estados Unidos puede comenzar.
1. Washington debe reconocer y respetar que la región no es uniforme.
Estados Unidos no trata a Alemania y Francia o Corea del Sur y Japón como indistintos cuando se trata de la política hacia Europa o el este de Asia. Sin embargo, las sucesivas administraciones estadounidenses no han hecho todo lo podrían hacer por diferenciar las experiencias y culturas de las más de 30 naciones de América Latina y el Caribe.
En cambio, es “la región” la que enfrenta amenazas de migración, crimen transnacional, instituciones débiles, democracia antiliberal, corrupción, la creciente influencia de China y la interferencia de Rusia, Cuba y Venezuela. A lo largo de los años, Washington ha agrupado a los gobiernos en campos, filtrados a través de sus percepciones de dónde encajan en la escala móvil de la corrupción o de los vínculos con sus adversarios globales o regionales.
En general, los estadounidenses rara vez se toman la molestia de comprender las profundas diferencias entre países tan dispares como México, las naciones del Caribe, Colombia y Brasil. Si lo hicieran, sería menos probable que pintaran los acontecimientos políticos con colores binarios y aceptaran las complejidades de las democracias de la región. Estados Unidos debería reconocer que puede trabajar con gobiernos de izquierda y derecha, y también con gobiernos de centro. Washington puede participar de manera más proactiva con iniciativas subregionales, como la Alianza del Pacífico de Colombia, Chile, Perú y México; o los esfuerzos similares de República Dominicana, Panamá y Costa Rica. Estados Unidos debería también comprometer recursos y aceptar trabajar con los gobiernos de Colombia, Ecuador y Chile, comprometidos en la lucha contra el cambio climático.
Un enfoque generalizado de política exterior estadounidense debe dar paso a uno que diferencie las oportunidades y los desafíos.
2. Washington debe reconocer que las naciones latinoamericanas y caribeñas buscan diálogo, no dirección.
El comentario de 2019 del exasesor de seguridad nacional John Bolton donde dijo que “la doctrina Monroe está viva y coleando” todavía refleja la mentalidad de muchos en los Estados Unidos con respecto a su derecho a liderar la región. Esta perspectiva está ya mandada a recoger.
En el mundo de hoy, Estados Unidos no debería intentar decidir las prioridades hemisféricas. Se considera que las iniciativas recientes sobre migración regional y “nearshoring”, de manera justa o injusta, abordan principalmente las preocupaciones de los EE. UU. sobre sus fronteras y cadenas de suministro. Las advertencias sobre China pueden jugar mal en una región que tiene una opinión propia sobre los desarrollos globales.
Los países de América Latina y el Caribe han vivido en democracia, economías de mercado y globalización durante los últimos 30 años. Saben que enfrentan polarización política y múltiples crisis que requieren respuestas políticas, pero estos problemas se diferencian según el país y serán decididos internamente por gobiernos muy distintos.
Los Latinoamericanos darían la bienvenida a un diálogo real con los Estados Unidos. Si los ciudadanos eligen gobiernos de derecha, como en Brasil, Ecuador y Uruguay; o alternativas populistas como lo hicieron los salvadoreños; o presidentes de izquierda como lo hicieron los peruanos, hondureños y chilenos, Estados Unidos podría hacer más para escuchar y trabajar con estos gobiernos elegidos democráticamente y sus prioridades, por difícil que sea a veces. El fracaso, por ejemplo, de contactar a los líderes de Colombia y Brasil durante el primer año de una nueva administración debido a diferencias políticas hizo que se perdiera tiempo en la construcción de un terreno común sobre desafíos comunes.
3. Washington debería reconocer que es hora de mirar más allá de las diferencias ideológicas y pasar a una nueva era de relacionamiento.
América Latina no mira a Washington para definir las guerras ideológicas de ayer o de mañana. Casi todo el planeta rechaza el enfoque de Estados Unidos sobre Cuba. Los países de América Latina y el Caribe también están decidiendo sus próximos pasos en Venezuela y ya no están tan fuertemente alineados con Washington. Podemos estar de acuerdo en estar en desacuerdo sobre estos temas en lugar de usarlos para abrir una brecha entre la región y los Estados Unidos.
El rechazo a la decisión de la administración de excluir a las dictaduras de la Cumbre de las Américas es emblemático de estas diferencias de enfoque. Es problemático cómo la región lidia con gobiernos antidemocráticos, como sugieren Brian Winter y Andres Oppenheimer. Estados Unidos también tiene razón en que la Carta Democrática Interamericana de 2001 compromete al hemisferio a proteger la democracia. Muchos países latinoamericanos comparten la preocupación de Estados Unidos por las tendencias autoritarias en la región. Washington, sin embargo, se reúne con autócratas en el formato del G-20, en el Consejo de Seguridad de la ONU, en la reciente cumbre EE.UU.-ASEAN y en otros lugares. Puede que tenga que considerar trabajar en compromisos con América Latina y el Caribe, evitando la amenaza de boicots en el futuro.
Los esfuerzos de Washington para trasladar las preocupaciones geopolíticas más amplias de EE. UU. a la región tampoco están prosperando. Como dijo un autor, “América Latina no quiere otra Guerra Fría”. Los crecientes lazos económicos de China con América del Sur son vistos como una amenaza significativa por muchos en los Estados Unidos, pero de hecho pueden reflejar simplemente un enfoque pragmático de muchos en la región hacia su mercado más importante. Sobre Ucrania, como la mayor parte del mundo, América Latina no ha seguido el régimen de sanciones de Estados Unidos y Europa. No obstante, Estados Unidos podría usar las incertidumbres actuales para desarrollar una nueva relación estratégica en una América Latina preocupada por un mundo de bloques comerciales emergentes, e incorporar el objetivo de EE. UU. de “nearshoring”. Los países de la región agradecerían la inversión para su propio desarrollo, como dejó claro el presidente colombiano Duque en Davos el 23 de mayo.
Mirando hacia el futuro
Hace un año, presenté una perspectiva detallada y demasiado optimista para una agenda prospectiva para la Cumbre de las Américas de este año. Incluyó una recomendación para mayores flujos de asistencia de los Estados Unidos. Las sucesivas administraciones estadounidenses gastaron casi tres trillones de dólares en las guerras de Afganistán e Irak y casi $40 mil millones en Ucrania en dos meses. En comparación, la solicitud de 2022 al Congreso de la administración Biden para América Latina y el Caribe, la región global que podría decirse que tiene el mayor impacto en la vida diaria de los estadounidenses, fue de $2200 millones.
Al mirar hacia el futuro, y más allá de la Cumbre de las Américas, todavía no parece mucho pedir que las relaciones entre Estados Unidos y América Latina se reformulen para reflejar las realidades y prioridades políticas actuales de la región. Los países del hemisferio, como señala correctamente Patrick Duddy, “no es probable que esperen hasta que Estados Unidos esté listo para tomar en serio sus preocupaciones. Buscarán nuevos socios, nuevos mercados y nuevas ideas en otros lugares”. En una era de competencia estratégica global, este es un resultado que Estados Unidos no puede permitirse.
El embajador P. Michael McKinley (retirado) fue un funcionario de carrera del servicio exterior que se desempeñó como embajador de EE. UU. en Brasil, Afganistán, Colombia y Perú, entre otros puestos. Es asesor principal no residente del Programa de las Américas del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales.