De Constructor de Paz a Presidente: los Desafíos que enfrenta Arévalo en Guatemala
Después de una polémica transición, ¿podrá el nuevo presidente reavivar la democracia en Centroamérica, así como en el resto de la región?
El nuevo presidente de Guatemala, Bernardo Arévalo, ha desafiado repetidamente las expectativas: primero, al terminar inesperadamente en segundo lugar en la primera vuelta de las elecciones presidenciales el pasado junio; luego, al ganar la segunda vuelta por un amplio margen en agosto, y finalmente, al sobrevivir a una avalancha de retos legales antes de su toma de posesión el 14 de enero.
Ahora, Arévalo, un experimentado diplomático y constructor de paz, enfrenta su desafío más grande: cumplir con las enormes expectativas de una población cansada y harta con la corrupción que durante mucho tiempo ha enriquecido a ciertas élites, protegido a narcotraficantes, desalentado la inversión y privado a los más necesitados de los recursos públicos que tanto necesitan.
Después de asumir finalmente el cargo, poco después de la medianoche, tras un último intento de descarrilar su toma de posesión en el Congreso, Arévalo prometió "edificar una institucionalidad democrática robusta y saludable", derribando los muros de la corrupción, “ladrillo tras ladrillo".
Lo que diferencia a Arévalo de otros líderes insurgentes que prometen transformaciones radicales es que ha jurado luchar contra la corrupción mediante medios democráticos: fortaleciendo las instituciones, respetando el Estado de Derecho e involucrando a toda la sociedad guatemalteca, desde las élites empresariales hasta las poblaciones indígenas marginadas durante mucho tiempo, en diálogos para forjar un nuevo "contrato social".
Altas Apuestas
Las apuestas son altas para Guatemala, sus vecinos y Estados Unidos. La administración Biden ha puesto a la renovación democrática en el centro de su política exterior, argumentando que las "democracias fuertes y respetuosas de los derechos" son esenciales para la prosperidad y estabilidad global. Esto es especialmente importante en el norte de Centroamérica, donde la pobreza y la violencia generan flujos masivos de migrantes hacia la frontera estadounidense.
Si Arévalo tiene éxito, podría ayudar a cambiar la dinámica en una región donde el apoyo a la democracia ha estado disminuyendo a lo largo de la última década. Según el AmericasBarometer de 2023, realizado por la Universidad de Vanderbilt, en ningún lugar es más bajo que en Guatemala. Menos de la mitad (48%) de los encuestados estuvieron de acuerdo con la siguiente afirmación: "Puede que la democracia tenga problemas, pero es mejor que cualquier otra forma de gobierno". En Honduras, vecina de Guatemala, donde el gobierno de izquierda de Xiomara Castro se ha vuelto cada vez más menos popular, sólo el 49% expresó su apoyo a la gobernanza democrática.
En la problemática franja norte de Centroamérica, sólo El Salvador ha desafiado esta tendencia. Alrededor de dos tercios del total de salvadoreños apoyan la democracia, porcentaje que aumentó bajo el presidente Nayib Bukele. Sin embargo, Bukele ha desafiado las normas y procedimientos democráticos al postularse nuevamente para la presidencia pese a las prohibiciones constitucionales sobre la reelección consecutiva. Su enorme popularidad se basa en políticas antipandillas “de mano dura” que violan derechos fundamentales. Mediante el uso de poderes de emergencia, el gobierno de Bukele ha arrestado a unos 74,000 miembros de pandillas, que se encuentran detenidos sin derecho al debido proceso.
Un intento de golpe de Estado “en cámara lenta”
Los guatemaltecos catapultaron a Arévalo a la presidencia para neutralizar al “Pacto de Corruptos”, una red secreta de políticos, burócratas y élites empresariales que durante mucho tiempo han manipulado las instituciones estatales en beneficio propio. La determinación de Arévalo de combatir la corrupción desencadenó un "golpe de estado en cámara lenta" liderado por la Fiscal General, respaldada en gran medida por el Congreso saliente y favorecida (si no incitada ) por el entonces presidente en funciones, Alejandro Giammattei, para evitar que el nuevo gobierno asumiera el cargo.
El intento de descarrilar la presidencia de Arévalo fue detenido por una lluvia de sanciones por parte de los Estados Unidos, y también por una serie de protestas a nivel nacional encabezadas por las autoridades indígenas, tradicionalmente marginadas. . A mediados de diciembre, finalmente, la Corte de Constitucionalidad de Guatemala ordenó al Congreso "garantizar" la transferencia de poder, aunque reafirmó la suspensión de la agrupación política de Arévalo, conocida como “Movimiento Semilla”, como partido político.
La lucha por el poder continuó en el legislativo, incluso mientras dignatarios internacionales esperaban horas en el Teatro Nacional para ver al nuevo presidente prestar juramento a su cargo. En un final giro dramático, Semilla logró asegurar los votos necesarios para asumir el liderazgo del Congreso, allanando el camino para que el nuevo presidente asumiera la presidencia.
Dos días después, la Corte de Constitucionalidad ordenó al Congreso realizar una nueva votación para elegir a una nueva mesa directiva, argumentando que la suspensión de Semilla como partido le impedía a sus miembros asumir cargos de liderazgo. Sin embargo, Semilla ha demostrado su influencia política dentro de un legislativo fragmentado, dividido entre más de una docena de partidos políticos. Aunque sólo obtuvo 23 de los 160 escaños en el Congreso, el partido de Arévalo demostró que puede construir las alianzas necesarias para aprobar leyes.
Una segunda Primavera Democrática
A pesar de la naturaleza “rebelde” de su candidatura, Arévalo no es un populista. El presidente guatemalteco es un sociólogo que estudió en Israel y los Países Bajos, se desempeñó como embajador en España y colaboró en iniciativas de construcción de paz de la ONU en América Latina, el Medio Oriente y África. Su padre, Juan José Arévalo, fue un presidente reformista guatemalteco, de 1945 hasta 1951 durante la primera "primavera democrática", la cual fue interrumpida por un golpe de Estado respaldado por Estados Unidos en 1951.
Arévalo habla el lenguaje de la gobernabilidad democrática y el Estado de derecho, lo cual lo convierte en una anomalía tanto en Centroamérica como en la región: un candidato independiente que quiere fomentar el diálogo y crear consensos; un político insurgente que quiere fortalecer las instituciones, no derribarlas. "El problema es cómo y quién canaliza esta desesperación ciudadana, este agotamiento con la corrupción", dijo Arévalo en una entrevista con el periódico digital Contracorriente. "Cómo asegurar que esta energía social de rechazo a sistemas fracasados por la corrupción no termine yéndose hacia populismos destructivos".
En gran parte de América Latina, los “populismos destructivos” están ganando ímpetu. En esta última década, una región que lideró, pero no consolidó, la llamada “Tercera Ola” de democratización en la década de los ochenta, , ha parecido estar retrocediendo hacia el autoritarismo a medida que los ciudadanos se desilusionan a causa de la corrupción y enfrentan algunas de las tasas más altas del mundo de la desigualdad y la violencia criminal.
La victoria inesperada de Arévalo, impulsada en gran parte por el entusiasmo de jóvenes que llevaron a cabo una campaña de bajo costo en redes sociales, podría ayudar a revertir esta tendencia, no sólo en Guatemala sino en gran parte de América Latina. Sin embargo, el nuevo presidente debe demostrar que la democracia electoral--el meticuloso proceso de negociación y construcción de consensos-- es capaz de ofrecer un gobierno honesto y efectivo.
La política como Construcción de Paz
Arévalo tiene un enfoque clásico en construcción de paz: diálogos con un amplio espectro de actores para construir un gran consenso social. En entrevistas, cita con frecuencia su larga experiencia trabajando en países surgiendo de conflictos y crisis políticas.
"Los últimos 25 o 30 años de mi vida profesional, antes de entrar a la política partidaria, yo me dediqué a lo que se ha llamado internacionalmente construcción de paz, que es mecanismos de fomento de diálogo en sociedades que emergen de conflictos armados o de crisis políticas profundas para tratar de reconstruir el tejido social", dijo Arévalo en una conversación en línea durante la campaña. Uno de los objetivos “es construir sociedades dialogantes, no hacer diálogos, sino construir sociedades que saben hablar entre sí, que saben establecer acuerdos, que saben manejar diferencias".
El nuevo presidente aplicó esta metodología como constructor de paz en Guatemala cuando el país surgía de más de tres décadas de conflicto armado en la década de 1990, librado en gran parte en las empobrecidas tierras mayas del país. Los acuerdos de paz entre representantes del gobierno, la guerrilla y las Naciones Unidas pusieron fin a la guerra en 1996, pero no pudieron ser ratificados en un plebiscito, caracterizado por un alto abstencionismo, dejando incumplidas algunas de las promesas más ambiciosas, incluyendo aquellas sobre la identidad y derechos de los pueblos indígenas.
Después de los acuerdos de paz, Arévalo dirigió una estrategia basada en la investigación para construir consensos en torno a reformas en el sector de seguridad, que permanecían estancadas tres años después de la firma de dichos acuerdos en 1996. En un estudio de caso sobre este trabajo para la serie "Construyendo Paz" de USIP en marzo de 2012, Arévalo destacó la necesidad de establecer "objetividad e imparcialidad" y de "acercarse a diferentes sectores, incluyendo los más rígidos y los que obstaculizan".
El proyecto "intencionalmente evitó limitar la participación a individuos 'políticamente correctos' que garantizarían las recomendaciones 'correctas' ", escribió Arévalo, consiguiendo “gradualmente, la participación de actores clave del Estado y la sociedad, de modo que para cuando se entrevistó e invitó a los más extremistas y saboteadores, el proyecto ya era un hecho y figuras importantes ya se habían comprometido a participar, haciendo no deseable no participar en el ejercicio".
El proceso ayudó a establecer el control civil sobre las fuerzas militares que dominaron la política guatemalteca durante gran parte del siglo XX, creando organizaciones y comisiones de supervisión parlamentaria, un consejo asesor de la sociedad civil para el presidente y una ley sobre el sistema de seguridad nacional.
Creando Consensos
Ahora, Arévalo quiere utilizar las técnicas de construcción de paz para construir consensos dentro del complicado ruedo político guatemalteco. El plan de gobierno de Semilla propone la negociación de cuatro pactos nacionales —educación, salud, desarrollo y medio ambiente— mediante una serie de diálogos que incluyen a una variedad de actores, desde autoridades indígenas hasta líderes empresariales, expertos de la sociedad civil y activistas. El plan de gobierno de Semilla también propone conversaciones para llegar a un acuerdo amplio sobre posibles reformas constitucionales.
Además, Semilla ha propuesto una estrategia anticorrupción de 10 puntos diseñada para garantizar un gobierno abierto, transparentar la contratación pública, profesionalizar la función pública y eliminar los empleos gubernamentales "fantasma" ofrecidos a partidarios políticos.
Aunque Semilla centró su campaña en la corrupción, está lejos de ser el único problema que enfrenta Guatemala, un país con altas tasas de violencia criminal alimentadas tanto por narcotraficantes como por pandillas. Asimismo, es una de las sociedades más desiguales de América Latina, a pesar de clasificar como un país de ingresos medianos altos en términos de su PIB per cápita, más de un tercio de la población de Guatemala sufre de desnutrición crónica, incluyendo casi la mitad de los guatemaltecos menores de cinco años. Estas tasas son aún más altas en áreas rurales.
"La lucha contra la corrupción es lo más urgente, pero no es lo más importante", dijo Arévalo en una entrevista televisiva durante su campaña. "Lo más importante es la lucha contra la pobreza. La lucha contra el hambre. La lucha contra la ausencia de salud. La lucha por el acceso a la educación".